Sabe que atraviesa por un campo minado.
Se da cuenta que los demonios que enfrenta son poderosos.
Honestamente
no hay nada más ridículo
que este señor que cierra los ojos
y cruza las manos
buscando inspiración
como un sacerdote en denim y mocasines.
Cuando por fin habla,
su voz ya no es su voz
y su cara resplandece
con la más falsa de las sonrisas.
“Muy bien” – dice mientras levanta el fono
y aprieta el botón
que abre las compuertas del limbo.
Dos ángeles te esperan
y no te sonríen.

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