El doctor cierra los ojos.
Sabe que atraviesa por un campo minado.
Se da cuenta que los demonios que enfrenta son poderosos.
Honestamente
no hay nada más ridículo
que este señor que cierra los ojos
y cruza las manos
buscando inspiración
como un sacerdote en denim y mocasines.
Cuando por fin habla,
su voz ya no es su voz
y su cara resplandece
con la más falsa de las sonrisas.
“Muy bien” – dice mientras levanta el fono
y aprieta el botón
que abre las compuertas del limbo.
Dos ángeles te esperan
y no te sonríen.
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