23 marzo 2008

Dos lágrimas por Pete

Las ideas se me vienen de repente a la cabeza, pero nunca me he calentado por averiguar cómo es exactamente el proceso. Al principio parece que no fueran mías, sobretodo cuando son demasiado buenas. El problema es que a veces son como ideas para otro gil, ¿me entendís? Como que alguien o algo se hubiera equivocado en el envío y lo que era para una persona va y te toca a vos… ¿no sé si me explico? Por eso, muchas veces las ideas no son como para mí.
Pero, el otro día se me ocurrió que tal vez el problema es que yo no me conozco del todo y algunas de esas ideas sí son para mí, porque no puede ser que el huevón que me las manda se esté equivocando a cada rato. O sea, estamos hablando de un ser superior… ¿o no?... Así que para comprobarlo se me ocurrió probar con alguna de las ideas menos importantes para ver qué es lo que pasaba, ¿cachai?
Y bueno, lo que pasó es que me di cuenta de que incluso las ideas más insignificantes tienen consecuencias que uno ni se imaginaba.
Vos sabís que yo nunca he sido un tipo violento por eso cuando me vino la idea de darle una patada en el culo a Pete –el pobre se encontraba agachado haciéndole señas a su hámster que se le había escapado- me sorprendí. Yo no era así, ¿cachai? Yo nunca he agredido a nadie que no se metiera conmigo y Pete era inofensivo. Así que no tenía sentido que yo le diera una patada en el culo, pero lo hice. Ahora pienso que fue para salir de la duda, quiero decir, para saber si esa repentina idea tenía en realidad algo que ver conmigo. Así que, tras un momento de vacilación tomé impulso y le di una tremenda patada al gordo trasero de Pete.
Lo que pasó después fue terrible.
Al recibir el formidable impacto, el pobre Pete comenzó a trastabillar para no perder el equilibrio e irse de hocico al suelo. Por unos breves segundos lo vimos mover los brazos desesperadamente tratando inútilmente de asirse de algo, hasta llegar al ventanal y tras romper los cristales desaparecer de nuestra vista. Nunca pensé que aquellos ventanales fueran tan frágiles, la verdad. Cuando salimos del asombro, nos acercamos al vacío y comprobamos que Pete yacía allá abajo, como un muñeco desarticulado sobre el techo del auto del director.
Yo pensé entonces que todos se me iban a ir encima para sacarme la chucha a patadas, pero lo que ocurrió fue justo lo contrario. Se comenzaron a apartar de mí como si se hubieran percatado de pronto que yo sufría de una enfermedad contagiosa y me encontré de pronto completamente solo en medio del sitio del crimen.
Y no sé cuánto tiempo pasó, pero recuerdo que Frau Vogel me miraba buscando tal vez una explicación. Recuerdo también que yo lloraba mientras veía cómo rescataban el cuerpo inanimado de Peter Schlager; un par de lágrimas apenas, que Frau Vogel secó amorosamente con su pañuelo de encaje. Fue entonces que me desprendí de ella y cerrando los ojos me lancé al vacío.
Aquella no fue una idea que me haya venido en aquel momento, por el contrario, era una idea bastante vieja y cuya efectividad ya había comprobado muchas veces. Me acuerdo claramente la primera vez que se me vino a la cabeza. Fue cuando se me perdió mi polca favorita. Entonces no sé por qué, arrojé con los ojos cerrados la mejor bolita que me quedaba mientras repetía; “busca a tu compañera”. Cuando abrí los ojos vi que la bolita había rodado cerca de una mata de buganvillas tras la cual se encontraba oculta mi polca.
Vagamente pensé, si es que pensé, que aquello iba a arreglar las cosas. Y después de todo tuve suerte porque caí sobre el toldo verde con festones dorados que siempre abrían en primavera. Luego, por supuesto, caí al duro suelo de ladrillos y me rompí dos costillas y el brazo izquierdo. Pero casi no sentí dolor porque casi inmediatamente perdí la conciencia.
Lo único que puedo decir es que las cosas se arreglaron.
Cuando desperté vi que en la cama vecina yacía Pete quien parecía en mucho mejor estado que yo.

- menos mal que te despertaste- me dijo
- ¿y vos no estai muerto?- me sorprendí
- No, si caí sobre el toldo verde que ponen en le primer piso-
-yo igual- le dije
- tuvimos cueva- dijo Pete esbozando una sonrisa angelical. Pero, dime una cosa -continuó- ¿cómo fue que te caíste tú también?
- no sé, salté-
-¿saltaste?-
-Sí, salté-
-Chucha, no entiendo. ¿Y por qué saltaste?
-No sé. Porque tú te habías caído, creo.
-¿En serio?- Pete pareció evaluar esta respuesta que de todas maneras le parecía rara. Después de un rato se levantó un poco en su cama y me dijo:
-Oye, negro de mierda, ¿No serás maricón? ¿no?
-Creo que no- le dije.
Cuando me sane, voy a buscar al conchesumadre que me dio la patada en la raja que me hizo caer por los ventanales –murmuró lleno de rencor.
-Fui yo- le dije.
-¿Que dijiste?-
- Que fui yo el que te dio la patada en la cueva- le repetí.
Entonces Pete comenzó a reírse a carcajadas al mismo tiempo que aullaba por el dolor que le producían los espasmos de sus risotadas.
Cuando por fin entró la enfermera nos encontró a los dos riendo y llorando al mismo tiempo. Así que la muy maraca sacó una jeringa con una aguja como para un caballo y nos pinchó la raja a los dos.
- Para que duerman tranquilos- nos dijo y cerró la puerta delicadamente.

14 marzo 2008

Tala

Anoche sufrí una horrible pesadilla;
la peor y la más extraña
que he tenido nunca.
Soñé que era Yin Yin.
Al recobrar la realidad,
aquel mal sueño no se había retirado del todo,
seguía acechando,
agazapado al borde de las cosas.
Temí abrir la puerta,
bajar aquellas escaleras,
cruzar aquel pasillo
que amenazaba conducirme otra vez
a aquel orbe doliente
del que luché fatigosamente por emerger.
Presa del terror que parecía adueñarse
de la clara mañana
luché por asirme a la firme realidad
del pomo de la puerta,
apreté mi cara
contra los helados cristales de la mampara
y salí al exterior.
El frío era duro,
pero su hostilidad parecía suturar el desgarro
por el que mi mente se desbarrancaba.
Así fue como conocí
una extraña forma de la felicidad.
Caminando a paso firme hacia la cafetería,
anticipando la delicia de unos pretzels,
del café recién colado
y hasta la agria cara de aquella cajera
que nunca respondía a mi saludo.
Todo estaba bien.
Mi primera clase comenzaba a las 8:30.
Tenía 15 minutos.
Ya estaba sereno
y me atreví a abrir una vez más aquel libro,
adentrándome con temor
en los cárdenos paisajes de la desgracia,
escuchando en aquellas lóbregas colinas
el fantasmal corro de enanas entonando
te llamas Rosa y yo Esperanza
pero tu nombre olvidarás…
Un momento después,
camino a mi clase,
arrojé aquel volumen al primer basurero que encontré.
“Adiós, mamá” –dije con la cara llena de lágrimas.
Luego pensé:
“cualquiera diría que estoy loco”.

A bordo de un viejo vapor

A  la memoria de Jorge Torres   Del pasado ascendía como niebla el alma del río   Gunnar  Ekelöf   C on   el p...