24 noviembre 2007

Estoy en otra

¿cómo te explico?…
pero mejor no te explico
porque si lo hago
abriré un abismo entre nosotros
lo que yo diga tendrá mucho sentido
para mí
mientras que será incomprensible para ti
al final será como cavar la fosa
de nuestra amistad
estoy en otra
porque habitamos mundos paralelos
la misma realidad física
pero en una sintonía diferente
¿me cachai?
cuando tú interpretas mis gestos
siempre te equivocas
por mi parte, yo no sé cómo interpretar
el que siempre te encuentres pegada al techo
o arriba de la pelota
ambos hablamos castellano
pero nuestra palabras significan siempre cosas diferentes
la explicación sólo puede hallarse
en que pisamos el mismo suelo
con zapatos diferentes:
mientras los tuyos dejan una huella profunda
los míos sólo se llenan del polvo de las calles.

22 noviembre 2007

La Prince

A veces recuerdo su piel. Tersa, firmemente adherida a sus músculos y a sus hue­sos. Sabia en dolores, experta en placeres; exigente y ansiosa; pródiga y urgente. Su piel mestiza, exhalando un aroma a aceites de espino, a musgo, a omo, a su sexo. Veo –a tra­vés de la incierta memoria- sus principales cicatrices y algún tatuaje íntimo y obsceno.
¿Estuve enamorado de ella?
Desde luego que sí.
Pero siendo yo un pelusa, ignorante y casi analfabeto, mi idea del amor puede resultar discutible y hasta chocante para las refinadas narices de mis lectores. Habrá quienes la llamen simplemente calentura. En efecto, ¿qué es esto de empezar des­cribiendo la piel de una mujer como si se tratara de un objeto?
De cualquier manera ello importa muy poco porque esta no es una historia de amor. No podría serlo tampoco, puesto que sus protagonistas, salvajes y marginales, nunca cono­cimos sino el lado oscuro de las cosas.
Después de tantos años de laboriosa re­construcción de mi persona, me cuesta aceptar lo que fui y preferiría que los misterios de mi pasado se olvida­ran. Aunque bien sé que ello no es posible. No obstante, se diría que experimento una morbosa ne­cesidad de destruir todas mis máscaras como si algo en mí luchara por recuperar mi antigua identidad.
En el barrio, en la ciudad, en el país donde nací ha imperado siempre la ley del más fuerte. La violencia, en todas sus formas, ha sido parte de nuestra vida cotidiana moldeando nuestro carácter y no es raro que llevemos su impronta en nuestro propio pe­llejo. Siendo apenas un muchachito ya había tenido la necesidad de pelear para mantener el simple status de ser vivo. Y se peleaba casi siempre a muerte por­que se instuía que la vida, en su estado actual o futuro, carecía de toda importancia.
En mi barrio abundaban los monstruos y yo, probablemente, era uno de ellos. Si no el peor, uno bastante feo.
Mirando hacia aquel pasado, no logro recordar a ninguna persona buena que no haya terminado más temprano que tarde en el patio de los callados. Envejecer era difícil en aquel medio. La miseria y la violencia no admitían a los mansos. Y la bondad, huelga decirlo, era un pésimo ejemplo.
Pero, ella rara vez peleaba. En cambio, mandaba a sus hombres, a quienes sub­yugaba con su poderosa inteligencia, con su sangre fría y su refinada maldad.
Los tipos que aquella noche me golpearon y a quienes golpeé, obedecían sus ór­denes. Así lo decían mientras me atizaban sus calculados upercuts en la zona baja. Evi­tando rajarme la cara o patearme los cojones como lo hice yo con más de alguno de ellos. Sin embargo, fue imposible resistirlos, eran demasiados.
Mientras me llevaban amordazado y maniatado en aquella destartalada citroneta que conducían como unos monos, me insultaban y se reían, haciéndome sentir lo afortu­nado que era al estar bajo la protección de su jefa.
Ella era uno de los tantos mitos urbanos. Nadie la conocía, nadie sabía quien era, nadie pronunciaba su nombre. Sin embargo, era temida. Y con razón.
Aquella noche la conocí.
En aquel sótano que más parecía una cueva que una habitación, el suelo de ma­dera recién aserrada estaba húmedo y olía a pino. Una sucia lamparita colgaba del cielo invisible esparciendo una mezquina luz que que no alcanzaba a definir los objetos más lejanos.
Hacia el fondo de aquella catacumba ascendían los peldaños por los cuales me habían arrojado momentos antes.
Por allí descendió ella.
Alta y delgada. El cabello corto cubierto con una suerte de boina vasca. Blusa os­cura y corta que dejaba ver parte de su vientre. Jeans ajustados sujetos por un gran cintu­rón de cuero. La hebilla relumbraba en aquella penumbra mientras se acercaba.
Cuando finalmente estuvo frente a mí, sus ojos buscaron los míos. Permaneció mirándome fijo, hasta que bajé los párpados. Tal vez como un vano gesto de protesta, tal vez para negar el miedo que brotaba de mis pupilas. Cuando los abrí, su mano derecha empuñaba una daga cuya hoja pequeña y brillante me hizo temblar.
Cortó la mordaza y las ataduras de pies y manos, guardando luego el arma y alar­gando su mano hasta tocarme la cara.
-¿Te dieron mucho?- su voz era entre burlona y compasiva.
Me mantuve en silencio.
-¿estás enojado? –sus ojos claros me intimidaban. Y probablemente eso la irri­taba.
-yo te mandé a traer- siguió- si estás enojado es por mi culpa...
-¡vamos, pégame!-
-…-
-se te va a pasar la rabia si me pegas…¡vamos!
-no puedo pegarle a una mujer- le respondí e inmediatamente me di cuenta de la estupidez que acababa de decir.
-ya, macho- se río.
Y antes de que me pudiera dar cuenta me dio una bofetada tan fuerte que me tiró contra el muro. Sentí la sangre en la boca y traté de recuperarme. Avancé un paso y le tiré una mano. Ella quitó la cara velozmente y agarrándome el brazo me puso una llave al tiempo que me enviaba un formidable puntapié en el culo.
Sabía pelear mejor que cualquier hombre.
-eres pa’ la risa- dijo
-ya sé que te saco la chucha así que mejor no sigamos. No quiero hacerte daño.
Tomó una silla y afirmando sus brazos en el respaldo la cabalgó.
¿para qué me trajiste? –dije por fin.
-se me antojó-
-y ya que me viste… ¿me puedo ir?
-te aconsejo que te quedes. Irte ahora puede ser peligroso-
-más peligroso puede ser quedarme por aquí por lo que acabo de comprobar- y al decir esto comencé a caminar hacia los escalones.
Cuando iba a comenzar a subir ella me detuvo.
- Pensé que quizás te interesaría quedarte conmigo-
-¿Es una declaración de amor?-
-sí, es una declaración de amor.
-¿y si digo que no?
-no podría resistirlo- su voz sonó lúgubre- si te vas, me encargaré de que te vayas bien lejos.
Había comenzado a subir pero me detuve. Conocía muy bien aquel sonido metá­lico y pude sentir la bala ingresando a la recámara de percusión. Un escalofrío me sacu­dió desde la nuca hasta el culo.
Me volví. El orificio negro de una beretta me miraba a punto de escupir sus dos onzas de plomo.
-¿te vas?- Sus ojos claros estaban inundados por las lágrimas.
-me quedo- le dije.
Y así comenzó nuestra feliz unión.

14 noviembre 2007

Significa no y tal vez nunca

Quisieras entender
el gesto de esa mano
aboliendo toda expectativa,
su vuelo doloroso;
su gracia perfecta
para expresar que no,
y posiblemente nunca.
Buscar el significado
de ese corte feroz
en el cielo de la tarde.
Intentar el significado aproximado
de la vida desarrollada
hasta ese punto,
cuando la fiesta ha terminado
y su mano ya ha rechazado
con un simple gesto tu futuro.
quisieras saber aquí y ahora
no allá y después
que significaba aquella sombra
reclinada sobre su hombro
mientras estúpidamente haces girar las llaves
a la inversa de las agujas del reloj
contra el paso de los días
sabiendo que todo es inútil.
Pero tú todavía no sabes leer
ni escribir.

13 noviembre 2007

No te llamaré por tu nombre

:imposible hablar con claridad
cuando la misma realidad es imposible.
:imposible encontrar la combinación exacta de palabras
que abrirían la puerta de tu celda.
pensar en esto es parte del mal
y saberlo, una cuota extra de dolor.
Sólo mencionar entonces
las cosas que me importan:
el suave viento que refresca
el paisaje calcinado,
la lluvia que cae tras el largo verano
sobre las calles desiertas de la ciudad natal
El dolor de saber que no existes
o de que si existes no supe encontrarte;
de que quizás huiste de mí
e hiciste bien.
como el verano que quema las hojas y la hierba
hubiera quemado tu dulzura
:la mirada abierta de tu rostro
hubiera ensombrecido.
porque llevo la maldad
que mi especie ha heredado
y soy un animal enfermo
que no puede sino amar
el áspero viento del otoño
y la lluvia que borra mis huellas del sendero.
:la evidencia de un regreso
al primer día
:al origen del mal.

11 noviembre 2007

Después de leer a Pound

después de leer a Pound
me refugié durante un año
en la biblioteca municipal
con la esperanza de leer a los clásicos
pero tuve que conformarme
con el reader´s digest
y con las inquietantes noticias
del periódico local.
se esperaba un nuevo ataque de michimalonco
y el editor se preguntaba alarmado
si la ciudad se encontraba preparada
para un nuevo incendio masivo.
desde mi sillón en la sala de lectura
podían verse los cerros circundantes
azotados perpetuamente por la lluvia y el viento.
entonces descubrí que mi mente
mostraba una peligrosa propensión
a quedarse en blanco
mientras en el centro de aquella blancura
se mostraban a intervalos irregulares
las dos eles de mi nombre.
esto es algo en lo que el maestro Pound no pensó –me dije
debo anotarlo
pero no tuve el valor de coger la pluma.
en tanto, la señorita Gerda Von Appen
con su amabilidad característica
me trae una tacita de café de cebada
y me pregunta si no me interesaría leer
algo en alemán
algo como qué -le pregunto-
oh, un libro impresionante que acabo de terminar -responde ella-
se llama mein kampf.
agradezco su gentileza y me vuelvo a sumergir
en la tinta del periódico
el editor llama a los vecinos a formar
el primer cuerpo de voluntarios de la ciudad
mientras un remalazo de lluvia golpéa el ventanal
vagamente comprendo que se trata de una pesadilla
por eso no puedo levantarme
y mi mente se pierde en una página vacía
en cuyo centro deslumbrante
el viejo rostro de Pound parece sonreir.

06 noviembre 2007

Soneto IV

En que se describe la crueldad de los poetas
ante las naturales y simples bondades del mundo.


Del vano aire que surge de la nada
tendríamos compuesta la cabeza
y la parte del pecho develada
mostraría la llama fiera que no besa

sino llaga y al final todo destruye
hasta el legítimo deseo de otra vida
más pródiga en afectos y virtudes
hasta con moros y cristianos compartida.

En el ínfimo paréntesis que vivimos
destruimos la casa que habitamos
la gracia de cantar no nos permitan

intolerancia contra quienes maldecimos
el ámbito sagrado en que cenamos
pues las tinieblas, no la lumbre, nos excitan.

04 noviembre 2007

Estábamos en 1975...

estábamos en 1975…
me ponía sentimental
y bajaba al sótano
al principio sin saber lo que hacía.
las ratas despejaban el área
y empleaban sus agudos sentidos a fondo
para escapar del peligro
pero yo no tenía intención de matarlas.
yo solamente buscaba algo
que al parecer se encontraba en aquellas profundidades.
pero en realidad no sabía lo que era.
por eso me sentaba allí
sentimental
entre los trastos viejos
entre latas de pintura resecas
entre cajas y baúles
respirando los rancios olores del pasado
que parecían actuar como un veneno.
recordaba entonces viejas canciones de Los Gatos
de Los Iracundos
de los Blue Splendor
sintiendo una vaga tristeza
a la que se mezclaba
como un polvillo un tanto pegajoso
la felicidad de otra época
en la que no me preocupaba de escribir
y era considerablemente menos tonto
en la que tenía menos ropa
y no me gustaban mis zapatos.
me acojonaba pensar que quizás
no era lo suficientemente europeo
como para dedicarme al cultivo de la poesía
o de las ciencias.
allí
tendido entre los cadáveres desmembrados
de los maniquíes
yo solía dejar que la melancolía
hiciera estragos en mi corazón.
quizás entonces me estaba convirtiendo en poeta
e incapaz de darme cuenta del peligro
no me fue posible detener aquel proceso.
un extraño impulso me hacía estar allí
en las tinieblas
como si supiera que algo muy jodido
terminaría por pasar.
entre tanto las ratas decidían qué hacer conmigo
porque para ellas la situación era confusa.
en ese momento sin embargo
haciendo un gran esfuerzo
yo me recogía
procediendo a subir los escalones
que conducían a la superficie
a algún lugar entre el salón y la cocina
desde donde reptaba hasta mi sillón favorito
en espera de las noticias de teletarde.
desde diversos angulos
hubiera podido verse mi figura sentimental
a través de las altas ventanas de aquella casa solariega
donde la enfermiza luz del atardecer
terminaba siempre por desgarrarme las entrañas.
papá y mamá, sin embargo, lo tenían todo claro
para ellos
simplemente se trataba de salir a la calle
y pelear.

03 noviembre 2007

Siempre me oculto para llorar

Siempre me oculto para llorar
en habitaciones privadas si es posible.
en el ropero entre los trajes de mis padres.
tras los rododendros y los rosales
de la quinta de mis abuelos.
cerca de la via ferrea después de saludar a los pasajeros del tren rápido.
herido entre las zarzamoras.
en medio de un bosque poblado de tarántulas y chucaos.
en el baño del colegio durante la clase de química.
encaramado en el guindo que hay en el patio de mi casa.
durante la primera guardia
mientras el soldado Mayorga, mi compañero, duerme plácidamente.
al manejar tarde a casa después del trabajo.
apoyando la cara contra la gélida ventanilla del bus
de vuelta a la ciudad en la que tú ya no vives.
en mi departamento vacío entre los vapores de la pintura fresca
justo antes de entregar las llaves porque me voy para siempre.
en mi oficina de Esslinger Hall a las tres de la mañana
mientras te escribo un email que nunca responderás.
mientras camino solo a medianoche por Sutton Square
hacia East End sin saber qué diablos hacer.
sin saber por qué para qué cuándo dónde.
lloro.
y escondo de otros animales
mis lágrimas indecentes.
inexplicables tal vez pero quemantes como brasas.
y sólo me gustaría saber
si ésto tiene alguna solución
o ya es muy tarde.

01 noviembre 2007

Der Tod ist gross

uno de mis primeros poemas
atacaba a la junta militar
posiblemente no era un poema político
sino simplemente un lamento
ante lo que se nos venía encima.
no se conocían entonces
más que los primeros crímenes
el peor de los cuales
era para mí
el toque de queda.
recuerdo vagamente
que mencionaba
cañones
pólvora
muerte
flores
primavera
y creo que el final era muy bueno
(los finales siempre han sido mi especialidad)
sin embargo nadie entendió nada
excepto que era “bonito”.
la densidad metafórica de aquel texto
hizo que aquellas nobles almas profesoriles
se enredaran en los sonidos y colores
hábilmente mezclados por mí
no para despistar
sino simplemente
porque provenían de un genuino despistado
que atribuía dones tan raros como la inteligencia
a todos sus mayores.
mi poema fue seleccionado
para leerse en la ceremonia del lunes
y yo – que por aquel entonces
ya solía entonar mis canciones ante públicos masivos
como los del festival de los paraguas-
temblaba como lo que era:
un tímido colegial.
leí pues como si cantara
ante mis compañeros
grandes y pequeños
marcialmente formados ante la gloriosa enseña nacional.
dos o tres estaban en el secreto
y esperaban verme arrestado
o por lo menos “suspendido”.
pero nada de eso ocurrió
el primero en darme la mano y felicitarme
fue el interventor militar del colegio
un capitán de carabineros
de quien todavía recuerdo el apellido
luego se apresuró a abrazarme la “vieja” de castellano
quien a sus veintisiete años me amaba sin ninguna esperanza.
me felicitó también el correctísimo señor Véliz
director de nuestra noble institución
insistiendo en que el poema debía publicarse en el diario mural
donde se mantuvo hasta que aquel papel no libre de ácido
se anduvo poniendo amarillento.
el poeta sin embargo se sintió decepcionado
y fuese a recluir a las ruinas de un colegio vecino
donde gran parte de la biblioteca había sido abandonada
y los volúmes empastados yacían desperdigados por el suelo.
allí entre los escombros de aquel edificio que parecía recien bombardeado
sentado sobre los peldaños de una escalera que conducía directamente
al cielo azul de la mañana
trataba de leer un poema en uno de aquellos libros abandonados.
Der Tod ist gross
wir sind die seinen,
lachenden munds
- decía -
wenn wir uns mitten im leben meinen
wagt er zu weinen
mitten in uns.
y tenía razón.

A bordo de un viejo vapor

A  la memoria de Jorge Torres   Del pasado ascendía como niebla el alma del río   Gunnar  Ekelöf   C on   el p...