23 noviembre 2008

Muerte de un extranjero

Durante mucho tiempo creí que Gordon se había pegado un balazo para escapar de la justicia.
Durante mucho tiempo todos pensaron que Gordon se había pegado un tiro para seguir huyendo, aunque haya sido hacia una dimensión desconocida.
El tiempo nos vino a recordar qué poco lo conocíamos.
Luego de deambular por el tiempo y el espacio infinitos, apareció un día en una calle del centro y me saludó como si nos acabáramos de ver la noche anterior. Allí, frente a mí, prendiendo su eterno lucky stricke, estaba el mismísimo y legendario Matías Gordon Zalaberry a quién habíamos enterrado hacía más de una década.
Ahora, convertido en Matt Gordon, ciudadano imperial, se expresaba en un inglés patibulario que parecía darle aún más aplomo que en sus tiempos mozos.
A pesar de que yo lo interpelaba en chileno él insistía en responderme sólo en aquel desaforado inglés.
“Ya know, motherfucker, I really wanted see ya again. Oh yeah, I really did.” Se reía. Y hasta su risa tenía un acento extraño.
Al principio creí que sólo quería tomarme el pelo, pero luego de echarnos un par de cervezas, me convencí que se sentía más cómodo hablando en la lengua del tío Sam.
Sin embargo, ante mí estaba el mismo Matías Gordon de los buenos tiempos, aunque parecía que una salvaje mutación le hubiese cambiado el bocho y hasta la expresión de la cara. Allí lo tenía, recién emergiendo de entre la pesada maquinaria y los engranajes del puerto de Nueva York.
Hacia el final de nuestra conversación, se me quedó mirando con una expresión que al principio me pareció amorosa.

- Could ya, gimme a favor, buddy?-
- ¡Si es plata, ni lo sueñes!-
- I don’t need your fucking money… just wanna see Rosita.
- Imposible, compadre –
- Nothing really impossible, man. Why I can’t see her anyway?
- Rosita se casó, huevón. ¿O creís que te iba estar esperando diez putos años?
- She got married? … Who’s the asshole she married to? ...
- Se casó conmigo.
- I see… Did she got babies?
- No, no hemos tenido hijos
- OK. Not too bad
- ¿Cómo que no es tan malo? ¿A qué te refieres, cabrón?
-Ya know, Rosita used to be my girl… I’m sure she still loves me. I mean, she probably married ya because ya used to be my buddy… Ya was kinda substitute… I guess… ya get me?
- Eres muy desgraciado, Gordon. Venís aquí, te apareces después de diez años en que todos te creíamos muerto ¿y creís que todo tiene que seguir igual? Te equivocas, cabrón.
La ira me cegaba.
Fue entonces que Gordon sacó un revólver y comenzó a quitar las balas del cilindro. Parecía muy tranquilo y hasta un poco triste. Cuando terminó, hizo girar la nuez del arma y la dejó con un ruido seco y pesado sobre la mesa.

- I just wanna be fair, buddy. Ya wanna start ? … - dijo.

Tomé sin vacilar el revólver y poniendo el cañón en mi boca, apreté el gatillo. Sentí el sabor picante de la pólvora en los labios. El arma había sido disparada no hacía mucho.
A su vez, Gordon apoyó el cañón bajo su mentón, me dirigió una sonrisa y disparó.
Cinco veces el percutor golpeó la recámara vacía. La sexta era mi turno.
No sé porqué pero tuve la certeza de que esta vez la bala se encontraba acechando, bien encajada delante del martillo. Me llevé el revólver hasta la sien y jalé el gatillo, pero en el último segundo volví el arma en contra de Gordón quien sólo abrió los ojos y alcanzó a decir “motherfucker” antes que la bala le rompiera el pecho.
Estuvo agonizando la media hora que tardó la ambulancia. Todavía estaba conciente cuando llegaron los paramédicos, pero ya era tarde.
- Gimme that gun, dude – me había dicho antes de que llegara nadie.
- Cabrón –le dije- hasta se te olvidó hablar en tu propia lengua.
Me miró con sus ojos vidriosos y me respondió:
- No la he olvidado, huevón. Sólo me hacía la idea de que estábamos en una película. Pero tú no lo cachaste nunca.
- Sólo viniste a quitarme a Rosita, maricón.
- En realidad, sólo quería verla. Pero tú te pusiste huevón.
- …
- Dame ese maldito revólver.

Gordon murió caminó al hospital. Yo iba a su lado.

- Se me disparó el arma – le dijo al enfermero. Después cerró los ojos.
En ese momento me di cuenta de que se moría por segunda vez.
Acaso para siempre.

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