Ante la florecida tumba del mejor amigo de mi amigo
No puedo sino sentir el aliento de la muerte
Que mece delicadamente los yuyos y la menta.
Su eterno vacío me da en los ojos
Y en los girones del alma que me queda
En el corazón también, seguro
Aunque no sé exactamente donde su vacío duele más
Un pequeño hermano que ya no corre
Ni deambula, ni se expresa, ni exige su puesto a la hora de cenar
Tampoco experimenta celos ya más
Su sueño es más pesado que nunca
Y ya no para la oreja
Justo antes de que alguien golpée la puerta principal
Y entonces ya no puede dar sus bienvenidas
Sus saltos y su lenguaje que aprendimos
Y que nunca empleamos.
Su presencia tan vivaz nos obliga a imaginarlo
En otro patio, en otra cocina
Cerca de otra radio a transistores
Que le trae nuestras nuevas
Y una dulce canción que lo adormece
Y le dice que todo está bien
Que el tiempo ya no existe
Aunque exista el amor.
Ardmore, Septiembre 4 de 2007
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