A la memoria de Jorge Torres
Del pasado ascendía como niebla el alma del río
Gunnar Ekelöf
Con el primer aliento de nuestra fantasía
vamos a robar las luces del amanecer,
vamos a robar las luces del amanecer,
yo y mis cuatro compañeros,
Somos el batallón perdido en las riberas de un nuevo país,
en el herrumbroso respiro del vapor,
río abajo en su sueño rechinante,
navegando entre la niebla de juncos y totoras
en pos de algo que sólo crece en los arrecifes de un olvido.
El muelle que surge entre la bruma.
La isla en la perfecta mañana.
La hierba de sus prados
asaltados por nuestra alegría.
La búsqueda del trébol de la suerte.
Ingrávidos sobre la hierba
apenas desordenada por el trajín de nuestros pies.
Un mundo que ha comenzado hace sólo unos instantes
y que poblamos de palabras obscenas.
¡Oh magnífica fragancia del campo de tréboles
en que yazgo tan cerca del secreto del río!
Aquí incluso la muerte sería bienvenida.
La ciudad es apenas un murmullo en la distancia.
Las maestranzas acezantes, el dolor de los metales perforados,
el fluir de máquinas llevando pesados tesoros,
Los cuerpos sudorosos entregados a la ebriedad del progreso
y el súbito viento que surge desde las distantes azoteas,
desde los cobertizos y callejones
formando un cielo tormentoso
arrojando los primeros goterones de una sangre espesa
que aplasta las hojas
y doblega toda inocencia.
Ya a bordo del vapor encendemos cigarrillos y temblamos de frío.
Desde cubierta, la ciudad se ve ahora como una postal inalcanzable
y la navegación se extravía en anchurosos recuerdos
embarcaderos donde creemos ver espectros
clamando bajo la lluvia.
Mis cuatro compañeros y yo
en la cubierta cruzando las mismas palabras
ahora con significados diferentes,
agotadas las risas,
los amigables insultos,
sin el trébol de la fortuna en nuestras manos.
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