05 agosto 2008

Gingerbread Village

A través de los cristales, la carretera 126
y más allá el bosque profundo
habitado por aquellas criaturas en extinción
que el buen Dios ha abandonado a su suerte.
Y acá la misma muerte
que nos tiende la mano.
¿Qué me has dado en este sorbo
que sabe tan real
oh, Amy?
(¿Es ese tu verdadero nombre?)
con esos ojos tan azules
y esa sonrisa tan dulce
y ese aroma de mañana del jurásico.
¿Te sabrás habitante de la fábula
en que sirves café a los viajantes
que como yo han extraviado sus sombras
a la vera del camino?
¿Comprendes acaso que la realidad
yuxtapone sus fragmentos
cuando el leve roce de nuestras manos
enciende por un instante todas las alarmas?
Como un pez en un acuario
quisiera olvidarme el cristal
que separa nuestros mundos
y abalanzarme en la tibia mañana.
¡abrazarte!
pero me detiene algo más duro que el cristal:
la conciencia que ese abrazo nos causaría un daño irreparable.
A través de los cristales, la carretera 126
y más allá el bosque oscuro
habitado por especies en extinción
que el buen Dios ha abandonado a su destino.
Los automóviles pasan adheridos al asfalto
sin detenerse en esta cabaña en las lindes del bosque
que se especializa en pastelillos de jengibre
que saben como un salto mortal
en el vacío de la extensa mañana
y cuya dulzura es claramente absurda
imposible
dolorosamente bella
como tu sonrisa, Amy, querida.

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