14 marzo 2008

Tala

Anoche sufrí una horrible pesadilla;
la peor y la más extraña
que he tenido nunca.
Soñé que era Yin Yin.
Al recobrar la realidad,
aquel mal sueño no se había retirado del todo,
seguía acechando,
agazapado al borde de las cosas.
Temí abrir la puerta,
bajar aquellas escaleras,
cruzar aquel pasillo
que amenazaba conducirme otra vez
a aquel orbe doliente
del que luché fatigosamente por emerger.
Presa del terror que parecía adueñarse
de la clara mañana
luché por asirme a la firme realidad
del pomo de la puerta,
apreté mi cara
contra los helados cristales de la mampara
y salí al exterior.
El frío era duro,
pero su hostilidad parecía suturar el desgarro
por el que mi mente se desbarrancaba.
Así fue como conocí
una extraña forma de la felicidad.
Caminando a paso firme hacia la cafetería,
anticipando la delicia de unos pretzels,
del café recién colado
y hasta la agria cara de aquella cajera
que nunca respondía a mi saludo.
Todo estaba bien.
Mi primera clase comenzaba a las 8:30.
Tenía 15 minutos.
Ya estaba sereno
y me atreví a abrir una vez más aquel libro,
adentrándome con temor
en los cárdenos paisajes de la desgracia,
escuchando en aquellas lóbregas colinas
el fantasmal corro de enanas entonando
te llamas Rosa y yo Esperanza
pero tu nombre olvidarás…
Un momento después,
camino a mi clase,
arrojé aquel volumen al primer basurero que encontré.
“Adiós, mamá” –dije con la cara llena de lágrimas.
Luego pensé:
“cualquiera diría que estoy loco”.

1 comentario:

  1. nose si tenga alguna relacion, pero esa sicosis me pasa cuando leo a Edgar Allan Poe, es un sentimiento parecido.

    Muchos saludos. Gracias por sus escritos, me distraen mientras paso por el insomnio

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