(slow dirty tears)
Si uno pone los pies en calle Libertad
- que es muy breve-
en diez minutos se encontrará indeciso
entre tomar por Constitución
o doblar por Insurgentes.
Personalmente siempre elijo Constitución
nada más porque me gusta el café
que preparan en Trasmondo
Pero si te vas por Insurgentes
llegarás en un santiamén a Avenida Libertadores.
Te recomiendo que te salgas de ella
inmediatamente.
Lo más fácil será tomar por Independencia
y en la cuadra siguiente
doblar por Ocho de Octubre:
una callecita llena de bazares.
Cuando hayas cachureado lo suficiente
quizás te parezca buena idea
que nos encontremos
en Libertad
esquina Hierbas Buenas.
Después podemos ir bajando por O´
Higgins
hasta Avenida Prat
por si te apetece ver
la parte sumergida.
Otra posibilidad
es dejarse llevar por Pajaritos
y luego perderse por Parques Industriales
donde suelen verse unos atardeceres magníficos
reflejados en los altos ventanales;
en los balcones donde a veces flamea algún calzón.
Alguna lágrima lenta
y a veces sucia
que baja por el ojo vigilante.
Aunque yo siempre termino
subiéndome a la cima del Torreón
que está en Capitán Orella con General Lagos.
Normalmente hay mucho viento en la cumbre
y no te imaginas lo que es saltar
desde allá arriba.
24 abril 2008
23 abril 2008
Música Pop
“But we must die, as you, to understand.”Hart Crane
Archivo de audio
Es la enésima vez que escucho esa canción.
La primera fue en la primavera del setenta y seis
cuando nos amábamos,
cuando éramos perfectos.
Después algo pasó
- no lo recuerdo -
sólo que una tarde nos miramos con sorpresa
y deseándonos suerte
nos despedimos.
Después de tanto tiempo estaba solo
y me extrañó que no estuviéramos juntos
para el triunfo del NO.
Fue la segunda vez que escuché aquel disco
sin lograr entender lo que decía
a pesar de entender cada palabra.
No tenía nada que ver con nosotros
ni con Chile.
No podía entender por qué te gustaba tanto esa canción.
La tercera vez - ya un viejo de treinta y siete años-
Me encontraba en una cantina cerca del puerto,
en mi cabeza la idea de marcharme
lo más lejos posible.
Ya iba por la cuarta piscola
cuando aquellos acordes me atacaron sin piedad
y terminé llorando miserablemente
sobre el hule que cubría aquella mesa.
Le pedí a un amigo
que guardara mi pistola,
y luego le hice señas a una puta
con la que me perdí por una calle empedrada
que conducía a un cielo endieciochado
y luego a una especie de abismo
en que estallaban miles de petardos.
La cuarta vez me sorprendió ya a fines de los noventas
transformado en un elegante señorón
amante de la música ambiental,
de los buenos vinos
y de las mujeres virtuosas.
Sintonizaba un antiguo receptor de onda corta
ignorando que el azar pudiera ser tan cruel
como para someterme una vez más
a aquella lírica desgarrada y chula
que me perforaba el hígado
y me azucaraba el esternón.
Pero esta es la quinta vez
que la escucho.
Y me doy cuenta que me he pasado la vida
huyendo de sus compases maricones,
de su letra canalla
que entendí siempre a medias.
Y por el cielo encapotado
y las circunstancias en que yazgo
deduzco que será la última.
Es una lastima
que ahora comprenda todo lo que dice.
Archivo de audio
Es la enésima vez que escucho esa canción.
La primera fue en la primavera del setenta y seis
cuando nos amábamos,
cuando éramos perfectos.
Después algo pasó
- no lo recuerdo -
sólo que una tarde nos miramos con sorpresa
y deseándonos suerte
nos despedimos.
Después de tanto tiempo estaba solo
y me extrañó que no estuviéramos juntos
para el triunfo del NO.
Fue la segunda vez que escuché aquel disco
sin lograr entender lo que decía
a pesar de entender cada palabra.
No tenía nada que ver con nosotros
ni con Chile.
No podía entender por qué te gustaba tanto esa canción.
La tercera vez - ya un viejo de treinta y siete años-
Me encontraba en una cantina cerca del puerto,
en mi cabeza la idea de marcharme
lo más lejos posible.
Ya iba por la cuarta piscola
cuando aquellos acordes me atacaron sin piedad
y terminé llorando miserablemente
sobre el hule que cubría aquella mesa.
Le pedí a un amigo
que guardara mi pistola,
y luego le hice señas a una puta
con la que me perdí por una calle empedrada
que conducía a un cielo endieciochado
y luego a una especie de abismo
en que estallaban miles de petardos.
La cuarta vez me sorprendió ya a fines de los noventas
transformado en un elegante señorón
amante de la música ambiental,
de los buenos vinos
y de las mujeres virtuosas.
Sintonizaba un antiguo receptor de onda corta
ignorando que el azar pudiera ser tan cruel
como para someterme una vez más
a aquella lírica desgarrada y chula
que me perforaba el hígado
y me azucaraba el esternón.
Pero esta es la quinta vez
que la escucho.
Y me doy cuenta que me he pasado la vida
huyendo de sus compases maricones,
de su letra canalla
que entendí siempre a medias.
Y por el cielo encapotado
y las circunstancias en que yazgo
deduzco que será la última.
Es una lastima
que ahora comprenda todo lo que dice.
06 abril 2008
A orillas del Rubicón
Alea iacta est
Ha pasado el tiempo, mentimos.
Es una forma de decir
que estamos más cerca que nunca
de la muerte,
que, a su vez, resulta otra forma
de mentar lo que ignoramos.
Todo se reduce a
aproximaciones zigzagueantes
en la nada del papel
donde desparramamos las palabras
que siempre tendrán asegurado
al menos un sentido,
caigan donde caigan,
le den a quien le den.
Especialmente porque no hemos dejado
de comportarnos como idiotas
y, peor aún,
de complacernos en ello.
Por eso, cada vez que abres la boca, Catón,
y más aún,
cuando coges un bolígrafo
o aporreas tu teclado,
quisiera reírme a carcajadas
pero soy demasiado civilizado para ello.
Por otra parte,
no quisiera comenzar una guerra;
no antes de tener completa
mi colección de F16s.
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