Michelle piensa que estoy de su lado.
¿Yo de su lado?… Ni cagando, ¿sabes? Antes quizás pude estar de su lado, pero antes Michelle no era ni parecida a la (corrijo: “a lo”) que es ahora. Porque Michele es del tipo de chicas que suelen sufrir esos procesos de trasformación acelerados que dan vértigo. O sea, del tipo de chica que conoces un verano queriendo tirar en cualquier parte; en la playa, en el auto, en la cocina, en el jardín, en el balcón, en el ropero… y que aparece al verano siguiente vestida de traje, con el pelo recogido en un tomate, no queriendo ni oír hablar del falo. O sea, ¿quien entiende nada? Metamorfosis, mutación, transmutación, regeneramiento, conversión… Tú ponle nombre. O, el caso inverso, la niña de papá que al comienzo del otoño caminaba todavía sobre nubes de rosado algodón y que de repente te la encuentras en una fiesta de fin de año mordiéndote una oreja y agarrándote la pija como si siempre hubiera sido una puta.
Para mí es un misterio. Aunque, a decir verdad, uno de aquellos misterios que te importan un comino.
Esos golpes de timón, esos cambios de piel, esas re-invenciones de sí mismas a los que algunas mujeres son adictas, y que comienzan siendo un patético truco para auto-engañarse, terminan por impornérsenos a todos. Cómo si fuera natural que con un nuevo peinado, un nuevo estilo y un nuevo ropero se produzca el milagro de una nueva persona. Sólo algunos mortales que las rodean parecen sorprenderse, la mayoría termina por resignarse ante lo absurdo.
Porque lo absurdo es la sustancia del mundo.
Ya lo decía mi venerable abuelo Sa'id Al Mirayah a quien Alá El Magnífico bendiga entre los suyos.
Michelle piensa que estoy de su lado. Pero no. No podría.
Esta Michelle que hoy ha venido a interpelarme ha sufrido severas transformaciones. Mutaciones de piel y de cerebro. Ha atravesado procesos cuya espantosa complejidad han borrado todo vestigio de lo amado. Su sonrisa pop, sus lentes rosados, su cabellera rubia hasta la cintura, la letra de Misery que no pudo recordar.
Pero, visto de otro modo, soy yo el que no madura. Soy yo el que espera que el tiempo no sea lo que es y que no se haya llevado, junto con los cabellos de Michelle, aquello que creí, que creo todavía, era incorruptible y eterno.
Michelle piensa que estoy de su lado. Pero Michelle ya no es Michelle.
Y yo todavía soy el mismo.
Es horrible.
¿Yo de su lado?… Ni cagando, ¿sabes? Antes quizás pude estar de su lado, pero antes Michelle no era ni parecida a la (corrijo: “a lo”) que es ahora. Porque Michele es del tipo de chicas que suelen sufrir esos procesos de trasformación acelerados que dan vértigo. O sea, del tipo de chica que conoces un verano queriendo tirar en cualquier parte; en la playa, en el auto, en la cocina, en el jardín, en el balcón, en el ropero… y que aparece al verano siguiente vestida de traje, con el pelo recogido en un tomate, no queriendo ni oír hablar del falo. O sea, ¿quien entiende nada? Metamorfosis, mutación, transmutación, regeneramiento, conversión… Tú ponle nombre. O, el caso inverso, la niña de papá que al comienzo del otoño caminaba todavía sobre nubes de rosado algodón y que de repente te la encuentras en una fiesta de fin de año mordiéndote una oreja y agarrándote la pija como si siempre hubiera sido una puta.
Para mí es un misterio. Aunque, a decir verdad, uno de aquellos misterios que te importan un comino.
Esos golpes de timón, esos cambios de piel, esas re-invenciones de sí mismas a los que algunas mujeres son adictas, y que comienzan siendo un patético truco para auto-engañarse, terminan por impornérsenos a todos. Cómo si fuera natural que con un nuevo peinado, un nuevo estilo y un nuevo ropero se produzca el milagro de una nueva persona. Sólo algunos mortales que las rodean parecen sorprenderse, la mayoría termina por resignarse ante lo absurdo.
Porque lo absurdo es la sustancia del mundo.
Ya lo decía mi venerable abuelo Sa'id Al Mirayah a quien Alá El Magnífico bendiga entre los suyos.
Michelle piensa que estoy de su lado. Pero no. No podría.
Esta Michelle que hoy ha venido a interpelarme ha sufrido severas transformaciones. Mutaciones de piel y de cerebro. Ha atravesado procesos cuya espantosa complejidad han borrado todo vestigio de lo amado. Su sonrisa pop, sus lentes rosados, su cabellera rubia hasta la cintura, la letra de Misery que no pudo recordar.
Pero, visto de otro modo, soy yo el que no madura. Soy yo el que espera que el tiempo no sea lo que es y que no se haya llevado, junto con los cabellos de Michelle, aquello que creí, que creo todavía, era incorruptible y eterno.
Michelle piensa que estoy de su lado. Pero Michelle ya no es Michelle.
Y yo todavía soy el mismo.
Es horrible.